20 mayo 2015

"Mira, Sonríe, Siente" Narración ganadora categoría Bachillerato

Hoy os presentamos la narración ganadora del VII Concurso de Creación Literaria en la categoría Bachillerato. Como ya os contamos en un post anterior, el tema propuesto era el lema elegido en el proyecto de inteligencia emocional del centro "Mira, Sonríe, Siente". La autora, Carolina Martín, ¡Enhorabuena¡ Disfrutad de la lectura.

Terrón la ha llamado hace poco más de una hora. Mismo lugar, misma hora. Cita sin calificativos de por medio para ver atardecer, con un silencio agradable como telón de fondo. Como siempre.
Coral sube las escaleras esbozando una sonrisa triste al pensar en que solía contar todos los escalones que se deslizaban bajo sus pies. Ahora ya no lo hace, porque todo se ha vuelto rutina, todo se ha vuelto terriblemente vulgar sin Ícaro. Cae en la cuenta de lo mucho que han cambiado ella y Terrón. Antes era Coral la que venía con una sonrisa traviesa a espantar todas las nubes negras. Ahora es Terrón quien tiene que esforzarse para que sus lágrimas no la ahoguen. 
Él dice que solo es una mala racha.
Coral lo llama invierno.
Ha llegado arriba, el parque está tan solitario como siempre. Su mirada se pierde en torno al banco donde suele esperarla Terrón y algo se desgarra, bailando sobre sus pulmones, cuando no lo encuentra por ningún lado. De pronto, siente sus manos y sonríe sin pensarlo por saber de quienes eran gracias a su tacto. Él le da el mismo beso de siempre, en la oreja, para después tirarle del pendiente y hacerla rabiar. Coral se ríe como no lo había hecho desde la última vez que se vieron y lo abraza como sólo se abraza a quien consideras tu casa, tu refugio. Terrón saca un pañuelo del bolsillo y mira rápidamente a Coral, le cubre los ojos y se asegura de que no vea absolutamente nada.
—Ven, siéntate. Vamos a ver el atardecer.
—¡Pero si con esto no veo nada!
—Pues por eso, así lo sentirás. Así descubrirás cosas que antes te habían pasado desapercibidas.
Coral se cruzó de brazos, como hacía cuando algo no la convencía. Terrón sonrió al recordar que ése era el mismo gesto que dibujaba cuando era pequeña y pensaba que él había hecho trampas.
—Prueba a decirme qué oyes.
—Escucho tu voz. Y la mía. Y el tráfico al otro lado de todos esos escalones. Y alguien que baja de un golpe las persianas. Y el maldito tic-tac de tu reloj—Coral se irguió de repente—, por cierto, ¿cuándo demonios vas a usar el que yo te regalé?
—Cuando a ti deje de molestarte este—Terrón le guiñó un ojo, aún sabiendo que no podía verlo—. Encuentro, señorita, muy pobre tu respuesta. Concéntrate. Seguro que puedes hacerlo mejor.
—Acabo de oír trinar a un pajarito. Y se escuchan las campanas de alguna iglesia. Y el viento… ¡el viento está bailando con las hojas!
—Ahora háblame de qué hueles, ya sé que mi colonia es irresistible, pero intenta pasarlo por alto.
—Eres imbécil.
—La palabra es incorregible.
—Eso también.
—Pero me quieres.
—Qué remedio.
—Coral, venga, inspira y contéstame.
—Pues,… huele a otoño, a frío, a…
—¿A qué huele el otoño?
—Supongo que huele a árboles, a castañas asadas, a calor, a…
—Dilo, que no te de vergüenza.
—La verdad es que el otoño me huele a ti—Coral notaba cómo se sonrojaba, pero no podía hacer nada para evitar la legión de amapolas que tintaban sus mejillas—. Me huele a empezar otra vez con toda la rutina, me huele a abrazarte a ti y sentir que puedo, me huele a tristeza contenida y ahogada en su propio vaso.
—Y… ¿a qué te saben los atardeceres?
—Los atardeceres son lo más agridulce del mundo. Son tristes porque llevan consigo la certeza de que para alguien, quizá al otro lado del planeta, quizá a dos calles de aquí, esta será la última vez que lo vea. Pero también me saben a ti, a paz, a contemplar todos los tejados de la ciudad y sentir que soy capaz de respirar de nuevo.
—Y ahora, ¿querrías ver uno, sin pensar en que algún día será el último? ¿Puedo quitarte la venda, sabiendo que vas a atesorar como un regalo cada una de sus ondas de fuego en el corazón, sabiendo que hay miles de ruidos, de sonidos, de murmullos, de canciones esperando a que tú quieras fijarte en ellas, sabiendo que vas a coger aire en los pulmones y todos los olores serán nuevos para ti?

Coral asintió y Terrón deshizo el lazo con sus dedos. Por primera vez desde que había dejado de ver a Ícaro planeando entre las nubes, Coral se embriagó de su belleza, de los tonos anaranjados que se superponían espolvoreados sobre cirros de color violeta. Por primera vez, desde que Ícaro la dejó caer sin darse cuenta siquiera, Coral no sintió la necesidad de escrutar el horizonte por si él estaba sobrevolando ese parque en ese momento. Por primera vez, desde el día en que olvidó cómo sentirse a salvo por dentro, Coral tuvo la absoluta certeza de que ella, ella también podría aprender a ser feliz a su manera.

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